martes, 4 de mayo de 2010

Los ojos de Carla

“¡Cállate la boca!

- ¿Qué quieres carajito?

- Que te calles la boca. Aquí el que habla soy yo. Que si te digo te sientas, te sientas.

- Toy sentao. ¿Cómo es la vaina ahora?

Saca un .50.

- Tú no estás entendiendo. Que si cierras los ojos, los cierras; si te digo respira, respiras.

- Estoy respirando.

Carga el arma.

- Te voy a echar un cuento.

- Roba y vete.

Le pone el arma en la sien.

- Vaya viejo, ¿por qué tanta violencia? Dispara. Yo creo que es el respeto. Perdimos la cordialidad.”

El viejo pierde consciencia, el joven lo abofetea. “Si me oyes me oyes ¿estamos claros?”

El hombre abre los ojos e intenta decir algo. Queda con los ojos abiertos. El joven dispara en la rodilla del hombre quién ya no siente nada. Sigue con los ojos abiertos.

- ¿Por qué tanta violencia?Viniendo para acá me monté en el carrito. “Buenos días”. Nadie contestó. Perdimos la decencia es eso. ¡Carajo! ¿Dónde tienes el dinero?

Busca el dinero. Descarga el cargador en el cuerpo inerte. No es nada contra ti es que la vida está cara y había comprado siete balas. Quita un cuadro de la pared, se ve una caja fuerte. Suspira con aburrimiento. Saca una bolsa de plástico de su bolsillo, se la pone de guante, quita la cartera del hombre.

- Es que no me quiero ensuciar. Se sienta sobre la mitad sin sangre del cuerpo. Voy a ver a una mujer esta noche. Es bonita. ¿Tú que vas a estar sabiendo si estás muerto? ¡Claro! 07484, Carla. Si se llama Carla.

Abre la cartera hay una foto de una mujer de unos veinte años de edad. Saca la foto, su nombre es Carla. Digita todavía con la bolsa ensangrentada sobre la mano los números de la caja fuerte. La abre, saca una cantidad razonable de dinero. Insiere la mitad en el bolsillo de la chaqueta del muerto y saca otra bolsa de plástico de su chaqueta. Toma la otra parte del dinero y la mete dentro de la bolsa. Busca algún manuscrito del hombre sobre la mesa de noche, imita la escritura. Escribe una carta patética, firma tu siempre amado padre. Toma la bolsa y la hoja de papel que moja en sangre. Sube las escaleras del apartamento. Entra a un cuarto, abre un cuaderno sobre el escritorio del cuarto, Carla. Busca una carta debajo de su almohada, era la carta que él mismo le escribiera. Si, Carla. Ese era el cuarto de Carla. Dejó el dinero sobre la almohada y la carta sobre la bolsa. Sonrió y miro su reloj. Estaba atrasado era tiempo de ver a Carla.

Bajó las escaleras con calma. Abrió la puerta, pues la reja, tomó la llave del ascensor. Insirió la llave del ascensor en la rendija de la planta baja. Bajó las últimas escaleras antes de dar a la calle. Habló con el guardia del resultado del beisbol este le respondió con alegría. Bajó el último trecho de escaleras que había entre la puerta del edificio y su carro. Entró en él. Era tarde muy tarde a esta hora Carla estaba entrando. Ese día su automóvil estaría dañado. Un problema de frenos seguramente. Esto bloqueaba el acelerador. Estaría molesta y cansada seguramente. El joven también estaba cansado después de tan laborioso día.

Había despertado como todos los días a las cinco de la mañana, tomado, como todos los días, el jeep para tomar el carrito donde nadie le había respondido. Del carrito bajó al metro en el metro había visto que la estación Plaza Venezuela tenía una falla de algún tipo. Imaginó lo divertido que resultaría que de repente Plaza Venezuela sufriera alguna avería grave. Rió de la posibilidad y siguió su camino. Quebró los frenos del carro de Carla, robó el carro de su amigo, razón por la cual solo volvería en bus. Mató al padre de Carla.

En la noche Carla le preguntaría ¿por qué tenías que matarlo?

No tenía. Necesitabas el dinero, yo quería acercarme de ti. Además había mucha cosa ahí dentro.

¿Por qué tanta violencia?

No te conté lo que yo pienso, es una cosa de decencia. Los griegos mataban a sus padres y tenían la decencia de no decirles a sus madres que eran sus hijos. Hoy en día es imposible esto.

¿Cómo murió?

No te preocupes, no sufrió. No lo veía venir. Además nada de lo que te diga hoy vale en la policía. Hay cámaras por toda la casa. Nos vieron en todas las posiciones. Nos vieron luego de la muerte de tu padre. Le pasaste al lado.

¿Por qué?

Por qué era una pregunta que no le gustaba contestar. Era complicado encontrar causa a las cosas. Nuestro joven héroe había pensado mucho tiempo por qué había matado, o por qué había decidido matar al padre de Carla. La razón que se le venía a la cabeza nunca lo hubiera salvado de la cárcel por lo cual la había abandonado. Carla era bonita. La razón profunda de la muerte del padre era la belleza de Carla. Seguramente la locura del joven ayudara pero en el fondo era la belleza de Carla lo que había estado en la cabeza homicida todos estos días. Ni siquiera era por la belleza de Carla que el joven había quitado la vida de un hombre de quien en sus escuetas conversaciones no había sacado nada que pudiera disgustarle. No, eran los ojos de Carla. Si, eran los ojos de Carla los que habían causado la serie de eventos que culminarían con la inevitable muerte del joven algunas horas más tarde. Por qué realmente no era la pregunta. La pregunta era cómo.

Algunas horas antes de la llegada del joven a la casa. Carla había llegado a la universidad. Su carro había perdido la presión del aire acondicionado. Este había sido uno de los intentos del joven de hablar con Carla. Dañar su aire la llevaría a la necesidad de abrir las ventanas. Hablando con ella su vida cambiaría. Nunca hubiera imaginado que Carla aún con las ventanas abiertas no hablaría con un extraño que se adelantara a saludarla en una esquina de la capital. Las veces que la sudorosa Carla había oído una voz que comenzaba con “tus ojos”, apretaba el acelerador y temblorosa llegaba a su casa desvelándose pensando en su malandro misterioso. Tenía una voz grave, suave, en fin era tímido. Le daba mucho trabajo a nuestro joven el proteger realmente a Carla de todo otro asaltante que viendo su ventana abierta sentía la tentación de hurtar la voz de su amada. En inúmeras oportunidades se vio confrontado a la mirada atónita de ancianas perplejas ante el asesinato sumario de hombres en el medio de la autopista. Era inevitable, la sombra de su voz ronca atemorizaba cada vez más a Carla quién comenzó a sentirse seguida y en esta su desesperación a considerar que se había apoderado de ella alguna forma de leve paranoia.

Ante la negativa de Carla el joven se volvió cada vez más insistente. La universidad le parecía sinónimo de música. Así que pasaba horas buscando canciones adecuadas sin que ninguna letra lo satisficiera del todo. Carla, los ojos de Carla eran más grande que las palabras. Comenzó pues nuestro joven a pintar vallas. Pintó cada cartel publicitario situado entre la casa de Carla y su universidad. Si Carla se vestía de rojo ese día, de rojo regaba las calles de caracas y si sus ojos eran verdes ponía puntos verdes en las retinas de los políticos y si sus ojos se volvían pardos con el reflejo del sol, de marrón polvoreaba la fresca pintura verde escondida del sol. Carla indagó cada vez más profundamente en su miedo a la ciudad. Cada valla vista le recordaba a los más íntimos detalles de su vida, cada voz robada a la inatención de los pasantes cantaba sus miedos, rememorándole a su malandro. Por qué no le tocaba a ella, se preguntaba. Todas sus amigas habían sido robadas o secuestradas, algunas ambas. Estas ya sabían qué hacer, normalmente optando por la reclusión domiciliaria. En sus apartamentos compartían con sus padres los cuentos del día. La inflación y la violencia. Cada comida era un cuento, cada cuento un chisme, cada chisme un suspiro de Carla.

Si algo podremos dar a nuestro joven es el empeño con que preparó su entrada. Realmente nunca había robado para comer; el mataba para sentir. No lo hacía por gusto. Eran los ojos de Carla. Una buena parte de sus amigas decían lo mismo “mi amol ciela los ojos”. No que él necesitare deformar la pronunciación. Si cada una de sus amigas repetía lo mismo suponía el joven que el día en que finalmente se le acercara y le dijera que cerrara los ojos, Carla no iba a tener la fuerza de moverse un dedo dándole así la tan esperada oportunidad de dirigirse a ella para decirle, no que la quería sino que pensaba que sus ojos eran los ojos más hermosos que ya hubiera visto. No tenía realmente pensado que hacer después de que le hablara, pero suponía que algo inventaría.

Mientras Carla tomaba el carrito en chacaíto pensaba en lo cautivante que había sido su día. Su carro no encendía, su padre a quién había intentado llamar a eso de las seis no contestaba su celular, su amigo no encontraba su carro. Mientras subía la autopista de prados del este pensó en la frase que sus amigas empavadas le repetían todos los días. Cierra los ojos mi amor. Todas decían lo mismo, huele a pólvora. Pero todos ellos debían oler a pólvora. Cierra los ojos mi vida, cierra los ojos mi reina, cierra los ojos mi amor. Iba declinando las formas en que su voz con olor a pólvora la interceptaría en la calle. Soñando en cerrar los ojos despertó a metros de la parada.

Salió el joven de su carro robado con una .50 sin balas que nunca tendría que utilizar. La fórmula apelaba a los sentidos más básicos del ser humano. Un hombre con olor a sangre y pólvora pedía que cerraran los ojos, les urgía se mantuvieran en silencio y que sintieran muy bien lo que iban a hacer que los héroes eran cosa del pasado. Nadie respondía. Para que la farsa surtiera efecto iba a ser necesario que todo el mundo siguiera instrucciones y diera dinero al joven. Pagó al chofer con las carteras de la primera fila para que este no le disparara por la espalda. Carla estaba radiante al fondo del pasillo. Olía a pólvora y a sangre. Tenía su voz grave quebrada por los nervios. Sus manos sudaban haciendo que su magnum se resbalase entre sus dedos. Cargó la semi-automatica. Gritó pidiendo silencio. Carla estaba en el fondo, radiante. Olía a pólvora y a sangre de hombre, su .50 cargada y su voz quebrada. Su cabello negro despeinado le daba aire de asesino. Olía a pólvora y a sangre de hombre, su voz ronca estaba quebrada por los nervios, apuntó la pistola en la sien de Carla. “Tu voz” dijo. Tenía pensado decirle tu voz tiene el color de los llanos naranjas de bucare y amarillos de araguaney. Quería decirle tu voz tiene de tu ojos el verde del Ávila un día de bruma con sol. Tu voz tiene el matiz de un atardecer teñido en amarillo y naramja sobre las nubes arañadas.

En estos treinta segundos de silenciosa reflexión, Carla comenzó a temblar. Sus manos no se movían eran sus piernas las que no respondían. Su respiración comenzó a acelerarse, su pulso siguió el pasó, sus oídos le daban nauseas, y sus piernas sudaban. Sus brazos mantenían la calma que las facciones de seriedad – marcadas por la comisura de sus labios ligeramente fruncida y su entrecejo totalmente liso – imponían. Tus ojos, escuchó. Tus ojos tienen miedo. Ciérralos, Carla, que te espero a la vuelta de la esquina. El joven bajó del autobús. Y disparó contra el chofer su pistola sin balas. Carla se bajó siguiendo la risa incrédula de pólvora y sangre que se diluía en el prieto azulado de la noche caraqueña.

Consciente de ir hacia su muerte Carla salió del carrito. Solo ella había oído el detalle, nadie más había percatado que dijo Carla. Nadie más lo había notado, pero no dijo nada. Estaba esperando morir con una bala en el pecho y un mi reina en la memoria; o un mi amor en el bolsillo. Consciente de trocar la muerte por un piropo Carla sintió en su seno el suave metal de la magnum semi-automática con balas SA .50 y cartucho para siete municiones, al mismo tiempo que sintió en su cuello el suave metal de la voz de un hombre poderoso, hediento a sangre, sudor y pólvora.

- “Tus ojos, dijo; sus ojos besó con el arma rozándole la oreja. Tus labios, dijo, mientras Carla temblaba como nunca había temblado en su vida; tus labios, repitió; tus labios, se paralizó. Tus labios, repetía, tus labios, tus labios. Carla tomó la pistola entre sus manos la bajó apuntando al suelo.

- ¿Mis labios qué? Dijo Carla con el arma entre sus manos recorriendo la columna vertebral de su malandro. ¿Mis labios qué? Preguntó Carla tiritando de Poder. ¿Qué tienen mis labios?

- Tus labios tienen ganas de caminar, sígueme. Carla cargó el arma.

- ¿Mis labios qué?

- Tus labios son bonitos. Carla subió el arma hasta llegar al pecho del joven. La movió para su derecha.

- ¿Mis labios qué?

- Tus labios tienen poder. Tus labios me llaman. Con la muerte en tus manos quiero quererte que tus labios en transe tienen color de tus ojos en fuego.

Cayó la pistola al suelo. Y la última bala del cartucho fue a dar contra un muro aledaño. Nadie reclamó ese gasto.

- ¡Mierda! ¿No estaba descargada?

- Yo le disparé al ruletero y no salió bala. Se habrá atascado en aquél momento.”

Nunca quedó claro si fue una mezcla de miedo por haber rozado la muerte o de adrenalina cayendo súbitamente, el resultado fue un beso de una ternura incomparable. Dos cuerpos buscando volver a la vida en una calle en que casi mueren ambos y casi, ambos, matan su amor.

- “Cállate la boca, dijo riendo.

- ¿Qué quieres tú, carajita?

- Que te calles la boca que mi padre está en casa”.

El malandro la besó. Carla tembló. El tremer luego de un beso no se siente en los labios seguros y contentos, tampoco se consigue en las manos sudorosas, ni en los ojos relajados. El calosfrío de un beso se toca en la baja espalda donde nuestro joven había puesto su palma y jugado su fuerza. Carla abrió sus ojos verdes que se atigraron al encenderse la luz. El joven la vio en la pupila. En el reflejo del blanco de su ojo, el joven adivinaba el cadáver del cual minutos antes había sido responsable. Carla miraba en su cuello las cicatrices de un tajo y sentía en su espalda las heridas de su vida. Sus brazos eran fuertes sin ser grandes, su pecho era caliente. Me vas a quemar le dijo cuando abrió los ojos, y pudo haber visto a su padre de haber estado esperando esa imagen. Para que esto no ocurriera el joven besó a Carla en el medio del cuello entre clavícula y clavícula, obligándola a inclinar la cabeza, a cerrar los ojos y a hacerlo subir a su cuarto dejando la luz prendida.

El joven abrió la cartera de Carla y sacó un cigarrillo. Tomó el fuego y prendió una vela que Carla gustaba de mantener suspendida sobre su cama. Apagó la luz. La cama estaba en penumbra y la vela suspiraba una filigrana ocre. Carla se paró y paró de pensar. El joven en cambio tomo unos diez segundos, sobre el fondo de la cama, viendo a Carla quitar de espalda a él su camisa para pensar y para admirar la curva que hace tan poco tiempo había tiritado en su mano. Besar a Carla delante de su padre muerto no fue de su mayor agrado, pero no había llegado a otra forma de poner en marcha su plan. Se irguió y besó el cuello en el punto diametralmente opuesto al que cinco minutos antes hubiera besado. Tocó el sostén de Carla con la mano derecha y con la izquierda tomo el cigarro. Soltó el sostén con la mano derecha y con la izquierda alumbró el cigarro. Carla tomó su espalda sin voltearse sintiendo su corazón y el suyo batiendo juntos. Tiró el sostén de Carla con la mano derecha y con la izquierda tiró el cigarro de su boca. Soltó un anillo de humo en el ocre penumbroso y recostó a Carla con la mano derecha con la que jaló el sostén de Carla. Carla estaba recostada mientras el joven traía para si el sostén de Carla con la derecha mientras que con la izquierda marcaba el paso al hálito mentolado de pólvora, sangre, sudor y humo que trazaban el camino por el cual el sostén de Carla conducido por la mano derecha caía sobre donde la mano izquierda sacó el primer suspiro de amor. Con la izquierda metió el cigarrillo en su boca y con su boca besó los labios en fuego de una Carla anhelante. Con su derecha quitó su camisa y con su izquierda tomó un poco de humo que Carla robó con un beso. Con la derecha buscó el botón de su pantalón donde Carla tenía su izquierda. Sopló Carla el humo de su boca besando el ombligo del joven. Sopló Carla el humo de su boca sobre las piernas desnudas de su joven. Sopló Carla el humo de su boca sobre el sexo desnudo que seguía el camino marcado por el humo de su boca. Prendió Carla un cigarro alumbrando por vez última sus cejas vírgenes y botando el cigarro, en humo de su boca, los últimos rasguños al aire blancuzco. Vistió de poeta ruso al joven malandro con humo de su boca sobre su cuerpo desnudo. Y perdió Carla en un mismo gruñido el final del cigarro y su miedo al vacío. Rasguñó Carla a su joven amante cerrando los ojos, recitando a Dante.

Quedaron suspendidos en un vestido de humo y parafina unas horas. Batiendo sus corazones uno con otro, jadeando en silencio sin pronunciar una palabra. El joven rasgó el silencio con un beso. Carla respondió encendiendo otro cigarro. El joven replicó haciendo ruido contra la sabana. Carla fue la primera en reír. El joven enserió las facciones. Carla raspó un poco su labio sin sal, blanqueándolo, mientras el joven decía “estoy pensando en ti”. Carla dijo, “yo no he preguntado nada”. Al joven de replicar “no importa estoy pensando en ti, adivina a quien tengo desnuda delante de mí, estoy pensando en ti así que hablo de ti”. Carla rio. ¿”Quieres agua?” “Quiero”.

El joven tomó su celular llamó a la policía. Tomaban un par de horas en llegar en casos de homicidios a veces menos. Aló, si diga aquí en tal casa acaban de robar hay un hombre muerto en la sala; al tiempo que un grito se oía al otro lado de la casa. Colgó el joven el teléfono. Buscó el teléfono de la sala y se llamó.

En el medio de la sala junto a su padre muerto estaba Carla llorando. No lo toques le dijo el joven. No lo toques que si estás con sangre te van a hacer preguntas. Llora bastante, que mientras más llores mas se te hincha la cara y más cara de triste tienes. Acabo de llamar a la policía, están viniendo en una hora o dos.

- “¿Por qué tenías que matarlo?

- No tenía. ¿Y quién te dijo que había sido yo? Fui yo estamos claros, pero eso es racismo Carla.

- ¿Cómo sabes mi nombre?

- Ah porque te conozco. Pero eso no importa ahorita lo que importa es que tu padre está muerto, que viene la policía y que te van a meter presa si no hacemos nada.

- ¿Por qué yo?

- Porque yo salí de este edificio hace unas tres cuatro horas. Entramos por abajo. El guardia muy simpático, hablé un rato con él. ¿Sabías que tiburones? Todo bien, tu padre. La primera pregunta es ¿me tienes confianza?

- No.

- Claro que no, pero no viste todo lo que hice en las últimas dos horas ¿no puedes darme algún tipo de reconocimiento?

- Puedo. Pero lo mataste.

- Sí, pero si te portas bien, todo va a salir de lo mejor.

- ¿Por qué tenías que matarlo?

- No tenía. Necesitabas el dinero, yo quería acercarme de ti. Además había mucha cosa ahí dentro.

- ¿Por qué tanta violencia?

- No te conté lo que yo pienso, es una cosa de decencia. Los griegos mataban a sus padres y tenían la decencia de no decirles a sus madres que eran sus hijos. Hoy en día es imposible esto.

- ¿Cómo murió?

- No te preocupes, no sufrió. No lo veía venir. Además nada de lo que te diga hoy vale en la policía. Hay cámaras por toda la casa. Nos vieron en todas las posiciones. Nos vieron luego de la muerte de tu padre. Le pasaste al lado.

- ¿Cámaras?

- Si por toda la casa. Es muy divertido, a tu padre le encantaba verte por todas partes. Cuando las montó seguramente dijo que era por tu seguridad, pero hay cuadros perfectos allí en la caja fuerte. La clave es 07484, es tu nombre en números. Tienes que voltearlos un poco. Con esta cosa de protegerte tu padre estaba un poco loco. Tienes que reconocer que eso de un robo por parte de la hija con problemas de dinero es realmente una buena historia no crees. Mira yo salí de aquí hace unas tres horas, salgo por donde entré vuelvo aquí y me encuentro a tu padre muerto. Tú vas a decir que yo lo maté que fui yo que soy un malandro. Salvo que no te lo recomiendo porque en el bolsillo de tu padre hay una carta que llegó ayer de un pago atrasado. ¿Te estabas mudando? Realmente sorprendido estaba. No lo hubiera pensado. A casa de una amiga habrá sido, tú comprabas unos muebles y así se echaban a dormir mientras pasaba la tormenta. Bueno en el bolsillo de tu padre está exactamente la suma de dinero que necesitas. Ahora, es que hemos perdido la decencia. Así que una hija matando al padre no va a sonar nunca extraño. Loco, si. Nadie nunca lo haría. Pero no, a nadie nunca le va a parecer poco plausible. Me gusta esa palabra plausible. Porque aquí lo más plausible es que tú hayas matado a tu padre por dinero.

- ¿Estás loco?

- No, no para nada, loca estás tú dejándote seducir por extraños. Ahora así es como vamos a hacer. Yo salgo y nos vemos dentro de una hora. No te muevas de allí.”

Salió el joven. Tomó el carro robado que estaba perfectamente bien ubicado en el punto muerto del vigilante. Se fue sigilosamente. Se tomó una cerveza. Discutió con el barman del beisbol. Comentó lo que había aprendido de los tiburones con el vigilante. Y volvió a la casa llena de policías, saludó al vigilante diciendo que el señor lo había llamado. Cuando entró lo encañonaron. Carla había dicho todo lo que le había contado el joven. El padre guardaba un registro de grabados de toda la casa y el joven había hecho el error de hablar delante, exactamente, delante de uno de ellos.

Se lo llevaron esposado hasta la puerta de la casa. Carla deshecha se sentó delante del computador donde su padre todavía tenía prendido el sistema de grabación. Prendió la cámara para ver irse al hombre de quién no supo ni el nombre. Era su joven malandro.

- “07484. No vieron es el código de la caja fuerte. El coño é madre ese sacó los reales pa la hija antes de que poum, ¿me entiendes? Le di en la frente al muy marico pero se me mancharon los billetes. La carajita esa, la que está buenísima, debe real.

- ¡Cállate la boca!

- El viejo debía real, se lo conseguí. Me dio la clave 07484. Cuando fui a matarlo el muy marico tenía los reales pegados al cuerpo, me jodieron. Les gustó el video con la carajita ¿no? Esa la conocí en una fiesta aquí en la casa. El día que le di los reales al bolsa ese. La vi, cambiamos números. Coño, él huevón estaba muerto, la llamé. Les gustó lo del cigarrito ¿no? Toma nota, policía muerto de hambre.

- Que te calles la boca.”

Llegó el ascensor. Paró el sonido.

Carla salió a la ventana para ver como se llevaban a su joven malandro golpeado. Imaginen la sorpresa de Carla cuando lo vio caminando sin esposas libre y sumergiéndose en la oscura noche caraqueña. Carla corrió a la puerta para avisar a la policía. Llegaron los forenses. Tomaron el cuerpo. Carla insistió, pero todo el mundo dijo que lo habían visto entrando en el carro de policía y para la planta. Carla gritó, lloró, pero cada paso que daba reducía su credibilidad. Los comisarios le recomendaron calma. Furiosa fue a su cuarto. Encendió la luz. Sobre su escritorio había una carta y una bolsa llena de sangre.

Mi vida, decía

Estos últimos meses pedí mucho dinero y temo que quién me lo prestó no vaya a perdonarme. Le mentí varias veces diciendo que no tenía nada. Al final me propuso lo que todo hombre inescrupuloso hace. Me rogó le vendiera a mi hija. Le dije que nunca te dejarías, que podía intentar todo lo que quisiera. Una mujer con unos ojos como los tuyos y unos labios tan parecidos a los de tu madre no se deja hacer tan fácilmente.

Esta noche este joven pasó por la casa a pedir lo que me quedaba. Guardé todo en la caja fuerte. Nunca va a adivinar la clave es una composición de números que se asemejan a tu nombre. 07484, al menos a mi me parece. Dijo que no era suficiente. Me dijo que mi hija estaba en juego. Le contesté que no. Que sobre mi cadáver te tocaría. Ante la inminencia de mi muerte me vi impelido a venderte al mejor postor, era mi vida la que estaba en juego. Abrió la caja fuerte mientras perdía la sangre producto del impacto de bala que llegó cerca de mi lobo occipital. Me colocó el dinero en el cuerpo para que pareciera una estrategia. Dinero con sangre se respeta y no se toca.

La única forma que tiene de salvarse es si de alguna forma convenció a los policías que vendrán a buscar mi cuerpo inerte que mi cadáver tenía demasiado dinero. Que si te culpaban la historia iba a parecer más plausible. Porque en la grabación el joven dirá te había dado el dinero que necesitabas. Está en la bolsa sobre tu escritorio.

Plausible es una bonita palabra. Todo tiene que ser plausible. Si es demasiado real la gente no lo compra. No sé cómo decirte, son divagaciones de un viejo ante la muerte. Toma el dinero. Mañana el fiscal va a venir a buscarte a esta casa, que de hecho ya está hipotecada, para meterte presa por parricidio. Aparece muy bien en el periódico parricidio. A los periódicos les gusta la palabra probable o presunta, es lo mismo. Presunta asesina mata a su padre por dinero.

De no haber sido escrita por mí esta carta tendría una aclaración sobre la forma en que haces el amor. De hecho la policía va a divertirse con esa grabación cuando lleguen luego después de mi trágico deceso.

Así mi vida te quedan dos opciones o aceptas tu posición, en cuyo caso te meterán presa unos días, pagaras tu fianza, perderás la casa y finalmente lograrás en el mejor de los casos convencer al juez que fue un invento, o te escapas a vivir la violencia indecente en la cual ese joven acaba de hacerte entrar.

Tu siempre amado padre.

Carla está echada en su cama. Tetanizada no sabe qué hacer. ¿Hablar con quién? está sola; ¿decir qué? si está loca para los policías. Recibe un mensaje desde el celular de su padre. Hola cariño te vienes, tienes dos minutos. Suerte en los Teques.

Baja las escaleras. El joven sonríe. Carla lo besa, alumbra un cigarro.

- Cállate la boca. Si te digo me escondes, me escondes.

El joven saca el .50 del carro se lo pone sobre las piernas. Carla se mete el arma en la boca, la carga. El carro desaparece en el prieto eléctrico azulado de la noche caraqueña, rasgado en su amarillo por filigranas magentas. Se oye un tiro, un carro explota, amanece en Caracas con un tambor en el quinto piso.

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