miércoles, 27 de mayo de 2009

Cuando fue la primera vez

Hay música de fondo, suena a fiesta. Un grupo de personas está hablando, otro está tomando. Un joven y una joven se ven, comienzan a reírse y a embriagarse. Un hombre corre eufórico por el escenario, toma una botella y se la muestra a los presentes, mientras el volumen de la música va subiendo poco a poco. Otro hombre recita un poema que se oye por sobre el ruido. Los actores comienzan a caminar en desorden haciendo un escándalo abrumador. Cuando el sonido se vuelve opresivo, el escenario se congela y se descubre a los dos jóvenes besándose. Vuelve la poesía, vuelve el escándalo, vuelve la música a todo volumen; sube la intensidad del beso.

Caen los dos jóvenes al suelo riéndose y besándose. Le siguen los actores que estaban corriendo: de dos en dos se encuentran y comienzan a abrazarse, luego caen dormidos sobre el suelo besándose suavemente; la música sube cada vez más de intensidad. El de la botella se topa con una mujer de grandes senos y se queda dormido sobre ella, mientras esta sigue de pie; la mujer se acuesta con el de la botella. El de la poesía dice "buenas noches" y abraza a la última mujer que está parada y que nunca se movió; se acuesta con ella. Se apagan las luces.

El escenario es realumbrado por una lámpara sobre una mesa de noche. Sobre las tablas se puede ver a la derecha de la lámpara encendida, un colchón puesto longitudinalmente; a la izquierda del colchón, esta otra lámpara sobre una mesa de noche. Los jóvenes que se besaron de primero están acostados sobre el colchón. Los cuerpos de las parejas acostadas siguen sobre el suelo salvo que los hombres se encuentran sin camisa, y las mujeres sin pantalón.

Ella pone su cabeza sobre su pecho, lo mira a los ojos y voltea hacia el público.

"- ¿Cuándo fue la primera vez?

-No sé, no sé cuando, ni cómo, ni por qué me acerqué a ti.

-¿A qué olía? ¿ Qué tenía puesto? ¿ De qué color eran mis zapatos?

-No sé, no sé por qué me atrajiste, no sé que vi en tu cara, ni en tus ojos, ni en tu sonrisa.

-¿Qué decía? ¿Cómo hablaba? ¿Cómo me movía? ¿Qué llevaba en la mano? ¿Qué tenía en el pelo? ¿Mordía mis labios?

-No sé, eras la hermana de alguien, eras pequeña, extrovertida y divertida; eras alegre, cínica y malvada; eras hermosa y repulsiva; eras cortante, desesperante, inteligente, inmadura, imperfecta, impaciente, atractiva y tetona. Eras el amor de mi vida.

-Qué divertido.

-Eras perfecta, encantadora, eras pérfida, asesina, eras sensual y divertida. Eras la hermana de alguien, eras el fruto prohibido; eras pequeña, malcriada y me mirabas con desprecio. Fueron tus ojos, sí, fue tu mirada cautivante, fue tu mirada de miedo. Fueron tus bucles castaños, con sus perfumes castaños y tu sonrisa de plata.

-¿Pensabas en mi? ¿Llorabas por mí? ¿Escribías de mí? ¿Hablabas de mí? ¿Versabas para mí?

-No.

-¿Vivías por mí? ¿Soñabas de mí? ¿Morías por mí? ¿Cantabas por mí? ¿Tocabas por mí? ¿Me amabas a mí?

-No. Amé a tu hermana a tu vecina, Busqué a la dulce a la concina, Sufrí a las hojas de la encina.

-¿Y cómo te fue?

-Perdí a tu hermana, a la concina, Perdí a la dulce, a la vecina, Sufrí a las hojas de la encina.

-¿Por qué no hablaste, ni me llamaste, ni me escribiste, ni me besaste?

-Eras extraña, eras pequeña, me intimidabas y me alocabas.

-Te gustaba.

-Eras la hermana de alguien. Tus labios eran suaves, tus ojos eran claros, tu cabello era oscuro. Tu boca me llamaba, tu risa me incitaba, tu lengua me miraba; tu culo me atraía.

-Te gustaba.

-Olías a parchita, olías a mandarina, olías como a mango. Olías a Chanel.

-Te gustaba.

-Eras el púrpura de la tarde y el azul del mediodía; eras el anaranjado del bucare y el mes del amarillo en flor; eras el plata de la luna.

-Te gustaba.

-No. Nunca te vi, ni te busque, ni te soñé, ni te deseé. Eras la hermana de alguien.

-¿Era el fruto prohibido? ¿Era encantadora, sensual y divertida? ¿Era pequeña?

-Si, por eso nunca amé, por eso me retuve y por eso lo dejé."

Ella se le aproxima, lo mira a los ojos con dulzura y acerca sus labios a los de él. El enseguida busca el beso, pero ella le pone los dedos sobre los labios y apaga su lámpara. Y en la oscuridad se oye.

"-Me gustan tus labios, me gustan tus ojos, me gusta tu aliento. Me gusta el recuerdo, me gusta el piropo, me gusta el futuro (se oye un beso). Me gustó tu risa, tus chistes, tu cuerpo. Me costará el despido, el olvido y el perdón. Me halagó el discurso(se oye un beso). Pero es mi vida, es el ya, es el ahora…Hasta luego, fue un placer."

Y junto a todas las mujeres del escenario, se levanta y baja al público con su pantalón sobre el hombro.

viernes, 22 de mayo de 2009

De qué color es el sol en Estocolmo?

“¿De qué color es el sol en Estocolmo?”

Nunca he ido para allá, vengo de Venezuela, salí hace tiempo. Lo último que comí fue mango, me gusta el mango: me gusta el mango que hace mi mamá.

Me gusta el mango en abril; es época de mango y de bucare. El cielo se tiñe de concha de naranja sanguinolenta y las aceras se perlan de frutas caídas. Piedras y frutas, por meses enteros mi alegría vestía de amarillo. Mis encías áureas, se ataviaban de hebras de los despojos de nuestros embistes al cielo. Envites a la diosa fortuna, rogándole jugo después de la escuela. Un día le cogimos el truco al juego, las ramas dejaron de ser nuestros monstruos y los mangos se volvieron frutas, cada vez mas frutas y nada más. Dejamos de lado la conquista del mundo a pedradas y comenzamos a soñar en béisbol, en fútbol, en ajedrez. Edwin dejó de ser fulano y Darlin cambió de apodo. Las esquinas de las calles comenzaron a volverse grises. Los días perdieron colores, las noches nos iniciaron a la intensidad de las luces decembrinas. Diciembre comenzaba en octubre y se iba con pacheco.

Nuestra boca se llenó de palabras nuevas, triqui traqui, tambor. Lo que antes eran mariposas misteriosas de capullos sorprendentes se volvieron luces de olores a fósforo, nada se escapaba de la brasa que emanaba de nuestros brazos hercúleos, de nuestros cuerpos invencibles. Aprendimos un veinticuatro a temer al sonido, mientras aferrándose de nuestros hombros, ella se acurrucó buscando compañía. Un Año nuevo, aprendimos a alcoholizarnos y a verla con desdén, para despertarnos con remordimiento. En carnavales Utolina se llamó levante, Augusto, novio. Descubrimos la fantasía del fantoche, el color del maquillaje y los olores rimbombantes de  la colonia barata. En la arena vislumbramos el significado de la calma, vimos las gaviotas, aprendimos a hablar de nubes. Con las nubes vienen los sueños, no tan lejos está el horizonte; y con su mano en mi mano, escuché un latido y con su cuello en mi pecho escuchó dos; con su sonrisa en mis ojos me le presenté a la noche y con su carro allá lejos desdibujé al recuerdo.

Con Alberto y Rodrigo nos interesamos por las ascuas y con el grito magistral de la muerte del redoble del último cañón, con el redoble atolondrado del último Calipso madrugador, redescubrimos el suave repiqueteo alegre de los mangos nacientes. Los mangos compartidos saben distinto, embriagan. Tiñen los dientes como siempre lo hicieron, con el velo precavido del secreto inseguro; las bocas amigas cambian hasta convertirse en trofeos de la noche, en frutas nocturnas. De día, las piedras empezaron a rajar las palmas de las manos entumecidas de horas de conversación, bajo la música de infancia, frugal y aleatoria. El amarillo siguió siendo bonito; desde los albores del sol, a pesar del tiempo, el amarillo siempre ha guardado un aire especial que impele a estrechar las manos con lo intangible.

 A veces sólo a veces, sientes un ligero aplauso cuando los dedos, en vez de rasgar el aire, acarician dedos contiguos y se dejan llevar por la brisa calentita de la semana de libertad. Semana de araguaneyes en la que el sol se pinta del color del sol y el cielo del color de sus ojos y los troncos desnudos, del color de sus labios; y su sonrisa cierra los ojos y la tuya se deja embriagar caminando despacio.

Cuántas cosas pasan entre un bucare y un araguaney, cuanto esfuerzo para decir: “Amarillo, que es mi color preferido”.

Loco

Un hombre no está hecho para vivir solo. ¿Quién me dijo eso? Mi ex.

 Quien ha visto a los ojos a la locura y ha hablado con ella sabe que la locura tiene cuerpo de hombre. La locura no es evidente, ni se huele ni se toca; la locura es a veces tan solo una frase. Pero si así lo sienten, vean al loco del pueblo a los ojos; señálenlo del dedo y rían de su melena aceitosa y nacarada. Si para sentirse humanos se vieren impelidos al escarnio del hombre de la barba de papel, rían, rían, y recordando el calor de su risa llena de sopa y cerveza de hospital. No viertan sus lágrimas; él nunca ha llorado, pues solo la felicidad permanecerá sobre su memoria. Una sola vez sintió piedad y la quemó en esa mirada, durante el suspiro de sentimiento que le espeto al amigo que lo salvo del hambre...y de la bebida como le respondieron. Si solo supieran, fue una gracia de esas que uno entrega inmerecidamente a lo incorpóreo, cuando bastaría dársela a los hombres. Hombre de hombres, eso era él. Nunca tuvo nombre, le decían tú, le pagaban en el hospital, cuando iba una vez al mes a jugar a la coctelera. Yo lo sentí. Puede que en ese restaurante de estudiantes me haya equivocado, que haya sentido querer conocer al loco de la barba acartonada de colores de sopa y carne; puede que en eso, buscando alucinar, imaginé el cambio de sabor del aire. Pero mi loco existe y a lo pasado, les regalo una historia de vida.

 Pagué, me senté, lo vi. Me vio, me pidió compañía. Le rogué con la mirada, le respondí con frialdad o gentileza, no recuerdo. Me preguntó mi nombre, mi nombre era un nombre raro me dijo. De América latina, extraño. Como alguien de tan lejos llega a este pueblo de tiempo desrazonable. Trabajo en el hospital, de conejillo de indias. Nunca he estudiado, fui un niño autista. Si hubiera sabido que existía el servicio militar. Pero he viajado, no te creas, londres, paris, italia, alemania. Eso sí, siempre cerca de aquí. Amé como se tiene que amar, he sufrido, pero quién no ha sufrido de amor. Dime tú que te veo con juventud. La vida no me ha tratado mal, he viajado, he querido, he deseado, dos o tres veces he fallado. Sabes que es lo único que le critico a la sociedad; que el día que aprendí a hablar, me mandaron a callar, rio delante mío. Viejo ruidoso y loco. Yo también he viajado, yo también he querido. Imberbe de mí, nunca podría haberme vanagloriado de tus cachetes espichados y peludos, pero en mis facciones de inexperiencia, guardo eso que tú atesoras: tu unicidad. Joyero míranos a ambos y siente que somos diamantes impuros, véndenos caros, porque de esos ya no quedan en los mostradores. Venga viejo baile con migo en el medio de esta cantina, son las ocho de la noche y todavía quedan rayos de sol. Escucha la rocola entre la mayonesa y la mostaza. Si quiere embriagarse chupe su propia sangre.

 Bailaron en el medio de las mesas con las miradas incrédulas de los comensales de las primeras horas de la noche. Bailó un niño con nauseas de la proximidad de un viejo mareado de vino acompañándole el paso. Se les oyó decir frases a lo lejos, el viejo preguntaba porque no vendían vino y el joven porque no regalaban perfume. Hablaban sin razón, hablaban con libertad, no que nadie estuviera contra la posibilidad de hacerlo, pero ellos lo hacían con parsimonia. Hablaban  de hospitales y de historias como si de eso se hablara todos los días. Tarareaban sones distintos y bailaban pasos distintos, y no se tomaban en los brazos porque no estaban dando vueltas por amor hacia el otro sino por alegría. La gente los veía. Un hombre les pasó por el lado y los atacó, yo soy filósofo y si algo he descubierto en mis estudios, es que en la búsqueda de la felicidad siempre te tomas un muro en la frente. Pero la memoria los hacía retorcerse al ritmo de sus males y sus recuerdos silenciosos; quien buscó atacarlos, ahora se alejaba al ritmo de su manera de ser, silencioso y pesado con la cadencia del pistonéo de un tren saliendo de la estación. Parecía improbable que alguien se sintiera atraído por dos seres moviendo sus soledades sobre la música intangible del recuerdo. Las puras vivencias, les llevaban el tempo de los tonos, que de vez en cuando explotaban en gritos de saliva, cayendo sobre el suelo, para morir en los tímpanos cada vez más excitados de los espectadores atónitos. En algún momento pensaron en el mismo valse. Y se salieron del cuadrado en el que habían saltado con el orden con el que explotan las ideas escondidas; comenzando a dar vueltas, tomados en los brazos, por toda la sala. Hombres borrachos, nadie nunca supo de que substancia, chocaban mesas, tumbaban gente y tiraban sillas. Su público sin aire no se enfadó como lo hubiéramos podido haber esperado, sólo, sin una palabra, en compañía, pero vacío, como absorbido por los expositores de historias atosigantes, como llevados por el mismo alcohol del que parecían ser súbditos. Aunque locos aunque únicos, aunque solos; por más que pareciera innecesario, por más que se arriesgara con esto, el rigor mismo del porte, la gente se dejo invadir por el veneno. Uno a uno con nauseas y temblores, se levantaron todos, invadidos por un líquido frío. Obligados por los únicos con movimiento en ese mundo de sorprendidos, todos reaccionaron al mismo tiempo, haciendo lo que les pareció mas oportuno. El del pelo negro y pegantina, se arrancó las cejas y con gritos de desespero desfiló mostrando sus incisivos y gimiendo frases incomprensibles, lloró por el perro perdido hace diez largos años. El de la barba parda metía sus dedos dentro de su boca y estiraba sus mejillas hasta que la baba comenzó a salir de su boca y agitó su cabeza en negación violenta, bañando al pobre enano que saltaba verticalmente. El gordo decidió escribir en sus brazos el nombre de su tercera maestra. Lo escribió con la puta del tenedor y sangraba su piel y su cara impávida mantenía un extraño reflejo de satisfacción. La mujer del cáncer de mama se busco un melón que se escondió en el sostén. La vieja temblando lloraba y le recordaba a su madre que si podía hacerse trenzas. Se mojaba con el agua de sus lágrimas y decía viste mamá que no se me cae, se abrazaba con pasión, viste que me veo bonita. Los solitarios del restaurante universitario, esos que siempre comen juntos y en pareja se besaban con velocidad; poniendo la boca en forma de u y repitiendo el movimiento de una gallina comiendo piedras. El enano seguía saltando, buscándose a si mismo en sus deseos. El de anteojos en su cautiverio explosivo se sintió de repente sin rejas. Embistió a los danzantes con gritos e injurias, con oprobios y golpes secos, de nudillos cien veces entrenados contra las paredes de su casa que pagaban su desespero solitario. Pero la gente bailaba aunque cayó sangre sobre el suelo, la gente se encerró en ese mundo de ritmos y alegría. La gente por primera vez se sentía dueña de sus recuerdos, los veían calentándolos ahí cerca de ellos, lo suficientemente lejos para que su fuego no los dañara. Donde hubo luz cayó la oscuridad y donde hubo silencio la música callada marcaba un paso que resonaba con la fuerza y el desorden de los cascos de una jauría en desbandada.

 Cansado, me senté con el viejo. Hablamos un rato más. Qué buena música no. Si muy buena era justo como en mi pueblo, la cantaba mi tía. La mía era una sinfonía, muy bueno el DJ. Una pregunta que no te he hecho, cuando no vas al hospital que haces. Ah si no te dije, busco el secreto de la poción mágica. Que secreto es ese. No te lo puedo decir solo se pasa de boca de druida, a oreja de druida. A mí me gusta ir al cine, le respondí. 

jueves, 21 de mayo de 2009

Amigos,

Muerte mil veces muerte, o vida mil veces vida, o música mil veces música -forma de tortura muy en boga-, en fin, piedras, a quién no reconozca en la normalidad la más clara de las contradicciones. Crónicas ordinarias no porque terminarán siendo vulgares, ordinarias porque serán soeces.

Crónicas de un caraqueño porque seguramente no vuelva a Caracas de aquí a poco. Cuento de una vida en el mundo en realidades microscópicas, narrando mis brincos de país a país en los que haga amigos que duerman cuando coma y que ronquen cuando, en fin, cuando susurre palabras de amor en los oídos de la mujer, u hombre de turno; seamos abiertos.

Por ello declaro el fin de lo correcto, la total aniquilación de lo sensato y porque nada es perfecto todo esto será llevado a cabo con un estilo impropio de quién escribe este manifiesto. Por ello les ruego vean este blog como lo que es.

Primero un tributo, al hombre más atípico. Aquel que me dijera alguna vez que mi estilo era potable y que marcó las crónicas de sus pasos bogotanos con un título que se asemeja al de este modesto blog. Quinto a la locura y a las demás extravagancias. Decimonoveno, a la leche condensada. Quincuagésimo sexto un epíteto de mi persona. Sexagésimo noveno, tenía que hacerlo. La segunda y más importante de las cosas, un himno a todo aquello que por ganas de reír vituperaron, que por ganas de llorar lanzaron al pozo de los recuerdos y que por ganas de explotar nunca se permitieron sacar de sus entrañas o no pudieron. Las otras razones por ser ni francas ni evidentes, no tenían cabida en esta nota introductoria.

¡Cuelguen traidores! aunque poco les recomiendo esto último, pues sello y firmo con lo indicado, mi fecha de muerte. Si algo puedo prometerles es serles infiel, vendido y póstumo. Esto último porque de mi no se sabrá nada hasta que me extinga, día en el que el azar hará que la más plausible de las versiones sea grabada. Ese día recuerden con cuanta fuerza fueron engañados, con cuán poca regularidad fue mantenida esta página, con cuan escasas metáforas e hipérboles fueron arrullados. Ese día les ruego siéntanse perros, que lo único que habré logrado es morir para valer unas quince veces mi precio en oro.

Suyo, o no tanto,

Fractal.