viernes, 22 de mayo de 2009

Loco

Un hombre no está hecho para vivir solo. ¿Quién me dijo eso? Mi ex.

 Quien ha visto a los ojos a la locura y ha hablado con ella sabe que la locura tiene cuerpo de hombre. La locura no es evidente, ni se huele ni se toca; la locura es a veces tan solo una frase. Pero si así lo sienten, vean al loco del pueblo a los ojos; señálenlo del dedo y rían de su melena aceitosa y nacarada. Si para sentirse humanos se vieren impelidos al escarnio del hombre de la barba de papel, rían, rían, y recordando el calor de su risa llena de sopa y cerveza de hospital. No viertan sus lágrimas; él nunca ha llorado, pues solo la felicidad permanecerá sobre su memoria. Una sola vez sintió piedad y la quemó en esa mirada, durante el suspiro de sentimiento que le espeto al amigo que lo salvo del hambre...y de la bebida como le respondieron. Si solo supieran, fue una gracia de esas que uno entrega inmerecidamente a lo incorpóreo, cuando bastaría dársela a los hombres. Hombre de hombres, eso era él. Nunca tuvo nombre, le decían tú, le pagaban en el hospital, cuando iba una vez al mes a jugar a la coctelera. Yo lo sentí. Puede que en ese restaurante de estudiantes me haya equivocado, que haya sentido querer conocer al loco de la barba acartonada de colores de sopa y carne; puede que en eso, buscando alucinar, imaginé el cambio de sabor del aire. Pero mi loco existe y a lo pasado, les regalo una historia de vida.

 Pagué, me senté, lo vi. Me vio, me pidió compañía. Le rogué con la mirada, le respondí con frialdad o gentileza, no recuerdo. Me preguntó mi nombre, mi nombre era un nombre raro me dijo. De América latina, extraño. Como alguien de tan lejos llega a este pueblo de tiempo desrazonable. Trabajo en el hospital, de conejillo de indias. Nunca he estudiado, fui un niño autista. Si hubiera sabido que existía el servicio militar. Pero he viajado, no te creas, londres, paris, italia, alemania. Eso sí, siempre cerca de aquí. Amé como se tiene que amar, he sufrido, pero quién no ha sufrido de amor. Dime tú que te veo con juventud. La vida no me ha tratado mal, he viajado, he querido, he deseado, dos o tres veces he fallado. Sabes que es lo único que le critico a la sociedad; que el día que aprendí a hablar, me mandaron a callar, rio delante mío. Viejo ruidoso y loco. Yo también he viajado, yo también he querido. Imberbe de mí, nunca podría haberme vanagloriado de tus cachetes espichados y peludos, pero en mis facciones de inexperiencia, guardo eso que tú atesoras: tu unicidad. Joyero míranos a ambos y siente que somos diamantes impuros, véndenos caros, porque de esos ya no quedan en los mostradores. Venga viejo baile con migo en el medio de esta cantina, son las ocho de la noche y todavía quedan rayos de sol. Escucha la rocola entre la mayonesa y la mostaza. Si quiere embriagarse chupe su propia sangre.

 Bailaron en el medio de las mesas con las miradas incrédulas de los comensales de las primeras horas de la noche. Bailó un niño con nauseas de la proximidad de un viejo mareado de vino acompañándole el paso. Se les oyó decir frases a lo lejos, el viejo preguntaba porque no vendían vino y el joven porque no regalaban perfume. Hablaban sin razón, hablaban con libertad, no que nadie estuviera contra la posibilidad de hacerlo, pero ellos lo hacían con parsimonia. Hablaban  de hospitales y de historias como si de eso se hablara todos los días. Tarareaban sones distintos y bailaban pasos distintos, y no se tomaban en los brazos porque no estaban dando vueltas por amor hacia el otro sino por alegría. La gente los veía. Un hombre les pasó por el lado y los atacó, yo soy filósofo y si algo he descubierto en mis estudios, es que en la búsqueda de la felicidad siempre te tomas un muro en la frente. Pero la memoria los hacía retorcerse al ritmo de sus males y sus recuerdos silenciosos; quien buscó atacarlos, ahora se alejaba al ritmo de su manera de ser, silencioso y pesado con la cadencia del pistonéo de un tren saliendo de la estación. Parecía improbable que alguien se sintiera atraído por dos seres moviendo sus soledades sobre la música intangible del recuerdo. Las puras vivencias, les llevaban el tempo de los tonos, que de vez en cuando explotaban en gritos de saliva, cayendo sobre el suelo, para morir en los tímpanos cada vez más excitados de los espectadores atónitos. En algún momento pensaron en el mismo valse. Y se salieron del cuadrado en el que habían saltado con el orden con el que explotan las ideas escondidas; comenzando a dar vueltas, tomados en los brazos, por toda la sala. Hombres borrachos, nadie nunca supo de que substancia, chocaban mesas, tumbaban gente y tiraban sillas. Su público sin aire no se enfadó como lo hubiéramos podido haber esperado, sólo, sin una palabra, en compañía, pero vacío, como absorbido por los expositores de historias atosigantes, como llevados por el mismo alcohol del que parecían ser súbditos. Aunque locos aunque únicos, aunque solos; por más que pareciera innecesario, por más que se arriesgara con esto, el rigor mismo del porte, la gente se dejo invadir por el veneno. Uno a uno con nauseas y temblores, se levantaron todos, invadidos por un líquido frío. Obligados por los únicos con movimiento en ese mundo de sorprendidos, todos reaccionaron al mismo tiempo, haciendo lo que les pareció mas oportuno. El del pelo negro y pegantina, se arrancó las cejas y con gritos de desespero desfiló mostrando sus incisivos y gimiendo frases incomprensibles, lloró por el perro perdido hace diez largos años. El de la barba parda metía sus dedos dentro de su boca y estiraba sus mejillas hasta que la baba comenzó a salir de su boca y agitó su cabeza en negación violenta, bañando al pobre enano que saltaba verticalmente. El gordo decidió escribir en sus brazos el nombre de su tercera maestra. Lo escribió con la puta del tenedor y sangraba su piel y su cara impávida mantenía un extraño reflejo de satisfacción. La mujer del cáncer de mama se busco un melón que se escondió en el sostén. La vieja temblando lloraba y le recordaba a su madre que si podía hacerse trenzas. Se mojaba con el agua de sus lágrimas y decía viste mamá que no se me cae, se abrazaba con pasión, viste que me veo bonita. Los solitarios del restaurante universitario, esos que siempre comen juntos y en pareja se besaban con velocidad; poniendo la boca en forma de u y repitiendo el movimiento de una gallina comiendo piedras. El enano seguía saltando, buscándose a si mismo en sus deseos. El de anteojos en su cautiverio explosivo se sintió de repente sin rejas. Embistió a los danzantes con gritos e injurias, con oprobios y golpes secos, de nudillos cien veces entrenados contra las paredes de su casa que pagaban su desespero solitario. Pero la gente bailaba aunque cayó sangre sobre el suelo, la gente se encerró en ese mundo de ritmos y alegría. La gente por primera vez se sentía dueña de sus recuerdos, los veían calentándolos ahí cerca de ellos, lo suficientemente lejos para que su fuego no los dañara. Donde hubo luz cayó la oscuridad y donde hubo silencio la música callada marcaba un paso que resonaba con la fuerza y el desorden de los cascos de una jauría en desbandada.

 Cansado, me senté con el viejo. Hablamos un rato más. Qué buena música no. Si muy buena era justo como en mi pueblo, la cantaba mi tía. La mía era una sinfonía, muy bueno el DJ. Una pregunta que no te he hecho, cuando no vas al hospital que haces. Ah si no te dije, busco el secreto de la poción mágica. Que secreto es ese. No te lo puedo decir solo se pasa de boca de druida, a oreja de druida. A mí me gusta ir al cine, le respondí. 

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