viernes, 18 de septiembre de 2009

Cuento

Falo, palabra misma del deseo.

Falo es un objeto puntiagudo, grande, fuerte, pequeño si necesario. Falo es en fin la única manera lógica de describir al sándwich. Sándwich de mi alma, calma de mi alma. Como describir, sin entrar en puras facilidades sexuales, el cebo de la mayonesa, el sobo del tomate, el frío del huevo. Huevo, huevo es otra manera de decir falo. Falo es el sándwich, sándwich es la panadería. ¿Qué panadería? Aquella de donde emane el deseo a hedor de mostaza rancia, a gozo de jamón pasado; el deseo es la cueva húmeda de donde salen y entran millones de falos. Cocinas sedientas, de ahí salió mi primera erección panadera, de ahí salió mi último suspiro de mozo.

Había calor, goce de mi alma, panadera de ensueño. Senos turgentes, sus nalgas puntiagudas. Todo vuelve al sándwich; contra el sándwich, contra las líneas completas de pan crujiente amasados por las manos de la panadera; sus manos estiran mi espalda, sus unas devoran mi cuerpo; agua, quiero de tu agua. Es mayonesa, la mayonesa enfría mi cuello en llamas y el sándwich abre mis músculos frotados con centeno. Es pan de centeno es espiga de deseo. Deseo: falo es la palabra misma del deseo.

Despierta no sueñes. La Mie caline no tiene mujeres bonitas. El sándwich entre las manos de las boteras se vería como un grotesco acto de vuelo mal logrado, para quién conozca lo que es un zamuro, un vautour. Son más como un pájaro dodo con un pene erecto en la mano, para quien vea que es una gorda vestida de torero hasta a las más bajas temperaturas, comprenderá que es el deseo en la Panadería.

Es grasa con mayonesa, son pezones del tamaño de un frasco de confitura, sus senos tienen la textura de gel de ducha con levadura. Piernas de salchichón con madre perla de sudor brillante de días de sucio. Son kilos de piel mezclándose con mis dedos de mantequilla, son nalgas varicosas, del color del tomate violeta, que colora mis dientes con el sabor de la canela. Su boca es papagayo, todos los colores brillan, todos los olores saltan. De la carne podrida al dulce de manzana.

Su sexo exhala éxtasis de frambuesa. Sus ovarios crecen al barniz de la leche. Dulce de leche, tu cuerpo es gordo, tus brazos son gordos, tu boca es gorda, tus labios, son gordos. Gorda, hay tiempo para desear, la gorda de la Mie caline es infinita no hay tiempo para un sándwich, la cola de la Mie es infinita. ¿Para qué hacemos cola?

No, no pienses eso, el tipo de la Mie Calina no está bueno NO; el sándwich no parece un huevo, no es un falo.

Coňo! Es el lugar del deseo!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Vestido de Mariquita

Te voy a contar un cuento,
Seguro ya lo has oido,
El de un niño distraido
Que via lobos en el viento.

Este es un cuento de muerte
Yo le quitaré el ardor,
Es el de un chico con suerte
Con moraleja de amor.

Grita, grita, lobo, lobo
Y en seguida lo rescatan
Grita, grita, lobo, lobo
Y a la cuarta ya se hartan.

Piensa ahora en otro niño
Flacucho y atormentado
Tortuoso y atolondrado,
desprovisto de cariño,

El gritaba a viva voz
El amor, amor, amor
Cantaba cual ruiseñor
Era un idiota precoz.

De a poco fue descubriendo,
Que el canto no serviría
Que ninguna melodía
Lo llenaría de encanto.

Se sentía destrozado
Porque nada se podría
Ni vivir como él vivía,
Ni cantar en el pasado

Fue entonces cuando la vió
Una hermosa mujercita,
vestida de mariquita
Y ahí mismito cambió

El canto se volvió broma
La gracia le dió alegría,
No pasaba ni un día
Sin subir hasta su loma.

Al alborear despertó,
Cruzó el camino florido
Y ahi este canto entonó,
Ya se había decidido

Llevose el viento a la música
La escondió en su cabellera
Perfumó el viento a la música,
Y versó de esta manera

Esta mañana cantaron
Los pájaros en sus nidos
Cuando los astros murieron
Unidos y enrojecidos.

Esta mañana fue un baile
De lunas multicolores
Esta mañana fue un baile
Que arropaba mis temores.

Esta mañana abrigaron
Los olores mi camino
Y las gardenias pintaron
El paso de mi destino.

Esta mañana rosaron
De la tierra hasta mi mente
Los colores que tornaron
A mi canto vehemente.

Esta mañana surgió
La más bella melodía
Una profana letanía
Que nuestro amor desnudó.

Esta mañana declaro
Que yo, estoy enamorado.
Somos testigos y aclaro,
De ti, estoy Enamorado.

El viento hizo su mandado
Y todito recitó
A la bella del plateado
Cuyo rostro sonrojó.

Pero el cuento no termina
En un pequeño salón
Termina en una cantina
Con un imberbe llorón.
Vengan que voy a contar
Un cuento de desamor
Más cerca! Voy a narrar
Una respuesta de horror.

Con la diestra dibujó
A la sentida pasión
Y con la zurda calló
Su sonriente reacción.

Hay, que hermoso amigo mío
Que bonita esa canción,
Si de la letra me fío
Yo caigo en la tentación.

Ah! Que bien que le conozco
Cuan feliz me siento ahora,
De no saberle tan tosco
Sería una pecadora.

Con una pequeña risa
Ella destrozó al ardor,
Y le devolvió a la brisa
En jirones al amor.

Le devuelvo su delirio
Mentiroso ruiseñor
Su menjurje es un colirio
Contra quien canta al amor

Al enano

Desde el fondo del abismo
Se oye un grito sepulcral;
Llora un niño con su yelmo,
Se esconde del vendaval.

El abraza fuertemente
A su único amigo leal,
El Hierro es vehemente
Lo esconde del vendaval.

Pierde su voz el infante
Es ese mar desleal;
Con su arullo penetrante,
Lo esconde en el vendaval

A lo lejos se hoye hermoso,
De la parca el recital,
Le susurran al precioso,
Le ocultan el vendaval.

Es de metal la cabina,
Le hatan con fuerza un ramal
Que envía la tremolina
Al fondo del vendaval.

El niño muerto despierta,
Es su lamento un caudal,
Que cobija la tormenta
Y que esconde el vendaval.

Se salva con la violencia,
Con el estruendo abismal
Que mata con deferencia
La fuente del vendaval

Gélido asesino, fierro
Angelical!
Protéjelo en el destierro,
Del vendaval!

Comptine

Sobre una mesa de noche
Muy bonita de verdad,
Había un jarrón de flores
Que sonaba pa pa pa.
El jarroncito era verde,
Estaba hecho de cristal,
Y cuando se hacia tarde,
Como a las seis y no más,
Cuando la noche se viste
Con el color de un volcán,
Cuando el color se diluye
En el cielo de cristal,
Cuando suspira la gente
Bajo del magenta alfar,
Cuando se aviva el coraje
Y cuando se compra el pan.
A esa hora indolente
Bailaban sobre la mesa
Los colores de la noche.

Porque la mesa era roja
Y el jarroncito era verde,
Se citaban las estrellas
Para brillar de repente.
Contra la cámara candida
Olvidaban lo que fue
Y las chicharras borraban
Con la brisa el recuecue.
Y la mesita arrullada
Con las ranitas bebe
Suavemente tiritaba
Y se dormía de pie.
El jarroncito seguía
Pintando su horizonte,
Con manchas verde de luna,
Con recuerdos de su monte,
Con bichos muertos de día
Que se vienen a esconder
De aquella mancha roja
Que despierta el recuecue.

Porque de día despierta
Nuestro jarroncito fuerte,
Cuando se hace temprano
Como a las seis y no más,
Cuando el solsito se viste
Con el color de un volcán,
Cuando el color se diluye
En el cielo de cristal,
Cuando suspira la gente
Bajo del magenta alfar,
Cuando se aviva el coraje
Y cuando se compra el pan.
Cuando se escucha de nuevo,
Con su mermado papa,
Al baile de los colores
Por sobre un verde cristal.
A esa hora indolente
Duermen ya bajo la mesa
Los colores de la noche.

Oriente

Mis pies pisaban la arena caliente de la península de Araya. Me tostaba bajo el sol del medio día, estaba perdido en un lugar desconocido de dios y de cualquiera de sus ángeles. Por cada malecón, por cada puerto, por cada pueblo por los que había pasado pensaba en cuanto mi espíritu había crecido en estos últimos días; mi imaginación había sin duda alcanzado su limite. La población vivía en un estado paupérrimo e invariante; todo giraba al rededor de un plaza Bolívar, maltrecha por la naturaleza, que daba a la iglesia y a la panadería. Pero mi cuerpo no sentía piedad; no estaba melancólico ni triste. Pasaba por una tierra que nunca hubiera imaginado ni en mis sueños, no por la belleza de sus casas ni por la inponencia de sus edificaciones, sino por la humanidad y el cariño de una gente cuyo día a día era el sopor. Mis pasos le marcaban el ritmo a mi alegría; corría , saltaba, me volteaba, zizgzageaba, me movía hacia todas partes, el mundo era un lugar alegre, debía serlo, tenía que serlo. Mis piernas sentían el ardor de mis dedos desnudos al hundirse en la arena. Nada me molestaba, todo era hermoso. En ese momento, por mi cabeza sólo pasaba una cosa, era una canción, que me daba vueltas. Una letra escuchada a regañadientes en una reunión familiar era la única señal de que mi espíritu todavía pensaba, de que no estaba soñando; esto no era el paraíso, era la tierra y todo era real. Tarareaba la melodía esperando a que el final de la canción volviera a recordárseme.

"Es que en oriente mi hermano, la mar tiene otro color" Si, así era, y por ahí empecé a divagar. El océano dibujaba en la lejanía el reflejo del sol, los hermosos colores del atardecer pigmentaban el agua a toda toda hora de una belleza poco ordinaria. Y es que "el amarillo del sol es un poco azafranado", como no iba a serlo si todo ahí era hermoso; Todo era diferente, extraño, extraordinario; fue en oriente donde le tomé la mano, fue en oriente donde la besé. La veía, la música la hacía resurgir, brillaba como el sol que cantaba esa canción; su belleza me encandilaba.
Sin hablarle, le tomé la mano y caminamos, el amor nos comunicaba y su belleza me callaba. El sonido más fuerte era el de mi corazón latiendo con velocidad en un pecho que se sentía estallar; y su belleza me apaciguaba. Me veía, la veía, vestía una fina tela blanca, cándida como la arena; su piel dorada brillaba y el blanco la delineaba perfectamente. Era hermosa, caminamos por las playas interminables; el azul y el blanco se chocaban con fuerza para acariciar nuestros pies cansados. El viento nos elevaba mientras la sal se nos incrustaba en la piel, tuvo que haberme dolido; pero su belleza me tranquilizaba. Caminamos y caminamos sin decir una palabra, ningún sonido salía de mi boca ni de la suya, que extraño que su recuerdo me viene en forma de melodía. Miraba sus labios un poco resquebrajados por la sal y el sol, su boca era irreprochable, sus labios carnosos me decían algo, no entendía que era. El ocaso se dibujaba en el infinito y nosotros dos seguíamos tomados de mano; esto nos acercaba, nos recordaba nuestra proximidad. Ya el mundo había desaparecido y su belleza me elevaba. Flotábamos sobre la arena que se volvía nuestro cómplice; ella reduciría su ardor y nosotros nos acostaríamos. La veía, me veía, y todo era mágico, su belleza me incitaba; le acaricié el brazo y me recoste sobre su barriga. Su respiración era delicada, el calor de un día de marcha le había puesto el vientre ligeramente tostado. Me volteé a verla, su cara daba al sol que poco a poco perdía su fulgor. Su belleza me insinuaba a amor, sus labios querían hablar pero la naturaleza no los dejaba.

"Y la luna es una flor que perfuma con amor a quien está enamorado". Su cara dejó de brillar bajo el sol y empezó a reflejar el plateado de la luna; la sal que se nos había incrustado en la piel durante todo ese día, la ponía a brillar. Tenía frente mío a la estrella más hermosa de todo el firmamento, era mía. La luna de oriente, otro de nuestros cómplices, restregó sobre nosotros lo que hace falta para amar. Me subí poco a poco sobre el cuerpo brillante de luna y la besé. Fue un beso inolvidable. Y todo volvió a ser mágico de nuevo, me sentía volando sobre la arena, el aire me elevaba, pero esta vez, su belleza me tranquilizaba; nuestro amor le pertenecía a la tierra y a nadie más. La blanca tela que la cubría seguía el vaivén del mar, ella era lo único que se podía ver en la oscuridad. Vencí al viento y tomé lo que quería quitarle. Quería vestirla de noche, quería que reluciera, quería verla a ella sola, quería que fuera mía. La luna me indicaba lo que debía hacer, la arena me susurraba los secretos del amor y yo me uní a ellos. Formaba parte de la oscuridad que se callaba para admirar el secreto de una perfección hacía mucho tiempo perdida. El desnudo de este cuerpo era único, lo toqué con delicadeza. La buscaba; rocé sus labios, los besé, sentí su cuello, lo besé, mi mano iba bajando por su piel y mis labios iban detrás de ella. Acariciaba todo su cuerpo, besaba todo sus cuerpo; su belleza me enseñaba. Los besos caían de ambos lados, su piel me era conocida, mi cuerpo se sentía relajado. El tiempo se había detenido pero seguíamos existiendo; era un amor que sólo se podía encontrar en la tierra. Al pasar mi mano, sentía como su espalda me acompañaba con escalofríos. Pensaba en la única parte de la letra de la canción que pude recordar para ese momento,"las muchachas hacen monerías decentes". Sonreí, y empecé a amarla, la luna me aconsejaba y la arena la soportaba. La cubrí de besos y ella a mí; el resultado de tanta pasión, de tanto amor, empezó a hacernos brillar. Lo que empezó siendo una estrella, era ahora inmenso, podría ser una galaxia; su belleza me engrandecía. La arena luchaba por quitarnos nuestro brillo, a cada vuelta que dábamos sobre ella nos arropaba; nos intentaba calmar, pretendía quitarnos el fulgor. La luna luchaba de todas sus fuerzas, intentaba defendernos. Sus manos me acariciaban la espalda, las piernas, me besaba el pecho, el cuello. Yo la veía, la besaba; su cuello, sus senos, todo lo que mi boca pudiera alcanzar caía bajo el peso de mi dulzura. La noche se pasó entre amor y besos, pero el día llegó. Ella siguió su camino, yo el mío. Antes de separarnos, yo le dije "Adiós", fue lo único que le dije, pero ella me respondió con símbolos que era muda. Que amor tan magnifico, que increíble experiencia la de amar sin una palabra; amé por amor.

Hombre de los labios de nacar

Soy el hombre de los labios de nácar, mis ojos brillan de fuego. Mis pupilas son negras, mis pestañas son negras, mis uñas son negras, mi piel es negra como el azabache; soy mulato nacido, soy oscuro escondido. Vivo de noche, vivo dormido. Sombra me dicen algunos, papito me dicen los míos: las mías diría mi padre, aunque no lo haya conocido. Mis besos besan de blanco que así yo lo he aprendido, con las mujeres que caen entre mis brazos dormidos. Sabroso que se me duermen, duermen muertas de frío, duermen sonriendo de miedo, duermen gimiendo de hastío.

Mis trenzas son verdes de agua, azules de agua de río, son rojas de tierra con frío; son rojas de sangre con el hambre de las mujeres que ríen conmigo. Mis pies son plateados de luna, son morados de frío, son rasgados de vida, rasgados de asfalto, rasgados de vidrios. Por mis venas corre el silencio, de eso que yo he vivido, corre el aullido en la noche de los que visto con frío. Mis nudillos sudan las venas del que me vio dormido, del que me perló la cara de rojo líquido vivo. Su vida sabor de hierro, se entregó en un chasquido del que me robó mi casa que es el puente del rio. Esta noche es sin sueño, que vienen los hombres vestidos, cuando se adornan los puentes, de perlas del que ha vivido.

Sobre mis labios en fuego, rieron los grandes erguidos, mientras mis brazos púberos, se desvirgaron en un latido. La sangre siempre brota, siempre se quedan dormidos: los hombres escupen de blanco, las mujeres lloran de frio. El vidrio baña mis ojos, que brillan como prendidos, como prendidos de miedo del que se ha defendido. Acuño en mi pared de mármol la marca del que ha sido, mientras escurro las perlas del que ha muerto de frío. Si es hombre, beso su frente, si es mujer la llevo con migo, la limpio, la baño y la entierro, como yo lo he aprendido; besos sus labios sin aire, que sonríen conmigo, que ríen mientras se pierden, por los torrentes del río.

Mis piernas son escarlatas de los recuerdos del río, de los hombres injustos, de las mujeres sin frío. Mis labios corren con prisa, quieren quedarse dormidos, pero dormidos muy lejos, lejísimo del río. La noche despierta temprano, cuando me encuentran dormido: mis labios llenos del nácar del que quería a su amigo. Besó mi frente, mi boca, mis pies y mi ombligo, luego adorno su cara de las perlas de mi tío que robó de mis piernas abiertas con un cuchillo; baño su rostro de las perlas de mi madre, de las perlas de mi amigo, de las perlas de mi amante, de las perlas de su prima, de las perlas de su padre, que se fue a vivir al río, cuando lo botaron a palos por ser un hombre bandido; sus manos pintaron mi rostro con un poco de agua de río, que despertó en mis piernas el último chorro de frío.

El alba bañó mis labios de los matices del río, que al despertar bosteza, en torrentes de rojo vivo. Las perlas bailan conmigo, mientras me lleno de frío y mis piernas deshechas acompañan, al río bravío. Mi cuerpo se volvió cuña en los recuerdos del vivo y mis recuerdos murieron con los colores del río.